Pésimo estudiante

I
Como la calma
tras la tempestad,
sabiendo con tranquilidad
que ya nada cambia
lo hecho,
se relaja el corazón
y se diluye la tensión
en mi pecho.

Mejor no torturarme
estando mi examen entregado,
mejor no preocuparme
de lo que podría haber cambiado.


II
Siempre me gustó la lectura
pero nunca el estudio,
los versos me curan,
los exámenes los repudio.
A estas alturas
finales son preludios
de mis universitarias aventuras
donde enero parece julio.


III
He visto más amaneceres
por estudiar
que por voluntad propia.

Más que por placeres
para trabajar,
pero me quedaba en la inopia

con la mochila
a la espalda
parado o caminando

con ojeras lilas,
el cielo malva
y el Sol despuntando.


IV
Despertarse antes del amanecer,
estudiar en la biblioteca
de la Universidad.

La tensión de las notas por aparecer
con la garganta seca
clamando piedad.

Echándole horas
a la memorización
en los días de finales

buscando mejoras
esta evaluación
con horarios tales.


V
Creo que aprendí más
con novelas y viñetas
que en evaluaciones
y clases completas.
Más en filosofaciones,
aventuras y acción
que en exámenes
vomitando información.

Ya lo dije antes,
siempre me gustó aprender
pero nunca fui buen estudiante.
Pese a esto no miento
si digo que en las asignaturas
busco el conocimiento.


VI
Acaban los finales
y me encuentro con mis libros,
como un oasis al final del desierto
que devoro con el ansia del hambriento
y saboreo
como (creo)
se tiene que saborear la poesía.
Cojo un libro y saco matices
de cada verso, reflexiones
por cada dos renglones
que me hacen pensar,
empatizar,
saber qué se siente.
Se instalan en mi mente
y hacen un fuerte.
¿No es eso ya suficiente?

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